lunes, 23 de febrero de 2009

Violencia y revolución


Curiosamente hoy que iba a tantear (como estamos condenados a hacer) en el tema de la violencia como medio y arma legítimos de resistencia, me encuentro con que en el periódico Diagonal alguien ha escrito un artículo sobre el mismo tema. Pongo el link a la página del períodico porque me parece bastante oportuno y acertado: http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?article7364

Bien, como este articulista apunta, la violencia siempre consiste en la percepción de una fuerza que se ejerce sobre nosotros o afinando un poco consiste en una calificación de la percepción de esa fuerza. Digo esto porque siempre podemos calificar un fenómeno como violento sin que necesariamente esté teniendo lugar sobre el cuerpo propio y podemos hacer además calificaciones positivas de la violencia aunque se ejerza sobre nuestro cuerpo. Por supuesto que sería necesario precisar cuáles son los límites del cuerpo, puesto que esa misma competencia para percibir como violento algo que en apariencia no se produce sobre nuestro cuerpo, apunta a una extensión virtual o fantasmática del cuerpo.

Finalmente violento es todo aquello que es mostrado como tal y por tanto aquello que institucionalmente es calificado como violento. El articulista da buenos ejemplos sobre esto y no es necesario demorarse más en ello.

El capitalismo y el Estado y todos los poderes concomitantes, consisten básicamente en una máquina abstracta que trabaja sobre el cuerpo social y que aunque parezca paradójico genera efectos de concreción. Es decir, el capitalismo tiene su límite en la abstracción pura, en el uno, Dios o totalidad. Es una máquina abstracta que funciona en un sentido vertical a la vez que horizontal. Cuando el capitalismo impone una diferencia, aunque sea pequeña, de tipo binario (que son las propias de la máquina abstracta capitalista), al mismo tiempo genera una jerarquía en el binomio. Hasta ese punto el capitalismo sustrae la posibilidad de la lucha contra la inscripción. Cuando el Estado-Capital dice hombre-mujer, la mujer se encuentra ya en relación de subordinación con respecto al hombre. Lo mismo cuando dice Capital-trabajo, blanco-negro, homosexual-heterosexual, primer mundo-tercer mundo, etc... Con esto no sólo se asegura una regulación más fácil de los individuos, sino que abre nuevas posibilidades de mercado. Todas estas divisiones y jerarquizaciones a que da lugar la máquina abstracta son, sin duda, acciones violentas. Ser un hombre o una mujer, ser blanco o negro, ser árbol o perro es ser violento. La violencia es inherente al ser, o al lenguaje como diría Deleuze.

El capitalismo, decía también Deleuze, es siempre neocapitalismo, porque continuamente amplía sus límites, es decir, continuamente es capaz de meter en cintura a los elementos extraños que surgen en su seno. Siempre encontrará para ellos una sombra que determine sus contornos y los regule. Siempre la máquina abstracta se volcará sobre la fuerza rebelde, la dividirá y sustraerá sus fuerzas. Y a continuar la marcha... Sin duda es esencial tratar de invalidar este estriamiento del espacio a que da lugar la máquina abstracta del capitalismo con cualquier medio que esté a nuestro alcance. Es necesario, pero ¿suficiente? Una buena parte de los movimientos de liberación sexual han encontrado su lugar en el Estado y sobre todo en el mercado. Su normalización reglamentaria fue acompañada de un amplio espectro de mercancías y servicios con las que saciar un deseo ya mercantilizado. Y es que el mercado ofrece eso, la posibilidad de que puedas transformar tu deseo en necesidad de saciación. El deseo no se abre jamás al objeto sino a la multiplicidad, al devenir y a lo indeterminado. Pero el mercado obtura y disecciona ese deseo y lo transforma en mercado. Y si hasta ahora el mercado ha sido tremendamente eficiente y rentable con este procedimiento y es probable que lo siga siendo hasta el infinito, ha sido porque a los planteamientos y luchas que se consideran políticos no han podido o no han querido nunca boicotear este proceder. Cuando un cuerpo se ofrece como ambigüo al capital no se ejerce realmente una violencia sobre el poder del mercado, no se sustrae poder de abstracción, sino que se le ofrece un motivo de ofuscación, finalmente una oportunidad de represión a través de la normalización mercantil. Siempre podemos impugnar las diferencias jerárquicas con las que la máquina abstracta nos regula y produce. Bien, estupendo, lo hemos conseguido, ya no le llaman a usted hombre o mujer, o le llaman hombre y mujer al mismo tiempo, o le llaman alternativamente hombre y mujer u hombre o mujer. La conjunción y la disyunción no son patrimonio de la lucha y la resistencia sino del poder abstracto. Cuanto menos nos dejemos coger en las redes del poder, y estar cogido en las redes del poder quiere decir, haber sido nombrado por ellas, menos poder será el poder capaz de ejercer sobre nosotros. Y esto quiere decir una cosa muy simple: la estrategia de visibilización tiene una contracara sobre la que no sé si alguien se ha parado a reflexionar alguna vez, la de volvernos presas fáciles del poder regulador. El capitalismo son flujos que circulan sobre la superficie, su regulación viene de la mano de su visibilización y de ahí que el crimen organizado (aquello que escapa al control del mercado regulado por el Estado) se presente siempre como algo subterráneo.

Además a la máquina abstracta, incluso si se la pudiera enloquecer a base de impugnar todas y cada una de sus concreciones arbitrarias, siempre le queda el recurso de apelar al enemigo indiferenciado. Sí, cómo mola una mani de drags, kings, travestis, mulatos y mediochinos, pero la policía siempre puede recibir las órdenes de atacar al cuerpo sin calificación: "cargue usted sobre la masa", pues en último término la lucha radical y absoluta se presenta siempre como Multitud contra el Imperio. Hay que enfrentarse al Leviathan a Dios. Y en esta lucha es imprescidible utilizar las mismas armas que utiliza el Estado y volverse máquina de guerra, armas con potencia de fuego y destrucción, porque si no toda lucha no será más que una pantomima de la que se mofarán los publicistas. A mí personalmente me aterroriza la idea de que exista la libertad de expresión y me aterroriza la idea de que se pueda publicar cualquier obra, aunque sea un furibundo escupitajo contra el sistema...

(PD: he estado suponiendo en toda ocasión que quien lucha por su liberación no quiere limitarse únicamente a ponerse un bigotito con los pelitos de su coño o ponerse un vestidito de mujer y montarse orgías guays y que no se les llame degenerados, sino que quiere incidir con su lucha en los límites de la máquina de poder y que está dispuesto a todo).

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