lunes, 29 de septiembre de 2008

¿Contra el orgasmo?


Homenaje a Testo Yonqui

Quizá el gran orgasmo de nuestra más reciente contemporaneidad, y quizá de nuestra modernidad en su conjunto, haya sido la eyaculación de fuego originada en las Torres Gemelas (esos 2 grandes falos seccionados) aquél ya memorable 11 de septiembre del 2001. En aquél espectacular y aparatoso acontecimiento no sólo se pusieron en juego los elementos simbólicos y materiales más visibles de nuestra tecnificada cultura (el apocalipsis de fuego con sus 2 jinetes de acero emergiendo de los cielos, la monumentalidad herida de una civilización decadente, implosiva...) sino que también se escenificó nuestra culpa sexual más profunda.

En el orgasmo, a pesar de todas las mistificaciones que en torno a él se han construido, no deja de ser lo más importante la sensación de vaciedad que nos procura. Nos afanamos como bombas de agua hechas de carne (cual seres cronemberguianos) en inflarnos y desinflarnos de placer. Es posible incluso que nuestro placer consista precisamente en esta peculiar forma de autorregularnos. Freud, al definir el placer como descarga, nos proporcionó la fórmula con la que mantener niveles tolerables de excitabilidad. ¿Tolerables para quién? Esta línea de la investigación fisiológica que teoriza los cuerpos como unidades sistémicas autorregulables entronca con demasiada facilidad con esa otra línea de la teoría jurídica que presenta el cuerpo político de un Estado como un sistema autorregulable de flujos normativos, reduciendo el individuo y la complejidad de su socialización a meros procedimientos ¿Y cómo no sentirse culpable de haber desprendido del cuerpo una considerable suma de energía, como aquél desprendimiento masivo de individuos que llevó a cabo el excitable Estado nazi? Vacío culpable es el efecto inmediato de nuestra sobrecodificada descarga eyaculatoria, y esto tanto en hombres como en mujeres y sus sucedáneos.
Así las cosas aquél 11 de septiembre nuestra civilización no debió sentir especial rabia por su antagonista islámico, ese demonio que nos han pintado barbudo y kamikaze, sino que debió sentirse, por el contrario, terriblemente vacía por esa sobredescarga eyaculatoria que nos puso como en un espejo, frente a nuestra verdad más profunda, nuestro movimiento de vaciado implosivo. El capitalismo, en la era hipertecnificada de los medios de producción y los objetos de consumo, nos invita a consumir el cuerpo como último bastión de energía productiva, y junto con el cuerpo todos los efectos imaginarios derivados de su consumo sexual. Quizá la necesidad expansiva del capitalismo haya tomado, al toparse con los límites físicos del planeta, una deriva de intensificación de la explotación y la circulación que lo vuelven implosivo, del mismo modo en que colapsa una estrella que ha tocado su umbral de presión y temperatura. De ahí la necesidad de emitir chorros, productivos de plusvalía claro, que nos inocula el Capital implosivo y sobrecargado. Nuestros cuerpos constituirían, de poder verificarse esta hipótesis, válvulas por las que el cuerpo socio-económico y político regula un intercambio (ya no puede haber descarga pura en la fase de la subsunción real) de flujos cada vez más acelerados, y el orgasmo se erigiría entonces como el pilar sobre el que se asentaría la explotación humana.
Hipótesis, por tanto:
- El capitalismo ya no puede extenderse más (solo en la ficción literaria y cinematográfica de los viajes y colonizaciones espaciales se produce esto) y por tanto tiende a un movimiento intensivo e implosivo.
- El 11 S fue el gran orgasmo que confirma nuestra culpa (tristeza) eyaculatoria por el consumo plusvaloratorio de nuestro cuerpo.
- El conjunto de eyaculaciones, erecciones, excitaciones, piropos, acosos, frustraciones, etc... que experimentamos constituyen los índices de explotación que sufrimos y por ende señalan también la posible orientación del beneficio económico que generamos.
- El cuerpo, en su vertiente erótica, ya no es solo una materia de disciplinación y control, sino también el centro nuclear de las explotaciones económicas. Este es el sentido, calificado como suave por Beatriz Preciado, en el que analiza y teoriza Negri la nueva fuerza de trabajo del capitalismo postfordista y postayloriano: trabajo cooperativo, trabajo afectivo...

Por nuestra parte querríamos señalar, como necesidad apremiante de la resistencia, la de encontrar las formas en que el erotismo no remita teleológicamente al placer de la descarga. Y por ello y en primer lugar:

Contra el Estado y el Capital, que viva la anarquía y el antiorgasmo!!!